domingo, 22 de enero de 2017

La ciudad de las estrellas (La la land, 2016), de Damien Chazelle.

            Este elocuente musical ha recibido notable atención mediática últimamente, y se está llevando premios en todas las ceremonias de la temporada. Vamos a ver hasta qué punto está todo esto justificado.
            Dirigida por el creador de “Whiplash” (2014), esta cinta se puede encajonar en varios géneros simultáneamente. Es un romance, un drama, un musical, y muchas otras cosas. Se pueden distinguir dos partes en la obra (que no tienen relación con las establecidas por el realizador). La primera, que va más o menos hasta la mitad, es un pintoresco musical, no muy sofisticado, pero muy moderno, alegre y plagado de  baile, luces y colores. Por otra parte, la segunda mitad es mucho más dramática –en el plano estrictamente narrativo-, y la música pasa a tener las mismas funciones que en (casi) cualquier cinta romántica. Si no fuera por la solitaria interpretación del personaje de Emma Stone en su última audición, no tendríamos canto y baile hasta el final. De todas formas la película posee un alto grado de dramatismo a lo largo de sus dos horas de duración, ya que la música siempre logra reemplazar la acción y generar la misma sensación de expectación, preocupación o ansiedad que aquella.  
            Se pueden identificar dos hilos narrativos, cada uno protagonizado por un integrante de la pareja estrella, conformada por Mia y Sebastian. Estas dos guías comienzan a cruzarse muy pronto, hasta finalmente unirse y conformar, al menos por un tiempo, una sola.
            La cinta posee un interesante trabajo de fotografía, con una función muy expresiva. Se nota un estilo bien definido, tanto en lo que se refiere a  angulación y movimiento de cámara, como a la iluminación y el uso del color. Eso refleja un gran trabajo de planificación, tomando en cuenta el guion y las escenas de baile y música. Predominan el violeta y el azul, pero frecuentemente se logran combinaciones asombrosas con otros colores, que otorgan alegría, melancolía, sensación de optimismo o de nostalgia a la narración.
            Las dos estrellas principales brillan tanto, que se podría decir que todo los demás participantes (John Legend, J. K. Simmons) parecen extras sin importancia (aunque no lo son). El guion está muy logrado, con un final algo predecible pero auténtico, adecuado y muy, muy personalizado, claramente dirigido a la vida interior del espectador. Es imposible no sentirse tocado por una extraña sensación de melancólica nostalgia, de remordimiento, de posterior resignación, y también de impulso hacia el futuro, pues la película no sólo se ocupa de lamentar el olvido que ocasiona el pasar del tiempo y la evolución del hombre, sino que también propone mirar hacia adelante con ojos de esperanza y fascinación por las nuevas formas de vida y arte que tomarán el lugar de aquellas que irán muriendo paulatinamente en nuestra memoria.  
            Sobre la realización, hay que reconocer el gran trabajo de Damien Chazelle, que nuevamente nos propone una cinta relacionada con su pasión el jazz, pero sin repetir las mismas premisas que su anterior película. Nos ofrece no sólo una nueva perspectiva, sino un estudio que va mucho más allá de la música misma, que comprende la realidad moderna. Emma Stone está brillante en su representación de Mia, una optimista camarera con deseos de ser actriz, confundida a menudo por el fantasma de la desilusión, y Ryan Gosling interpreta muy bien a la frustrada figura del pianista Sebastian.
            La cinta se destaca por provocar reminiscencias del cine clásico, el cual es aquí la estructura alegórica con que se pretende transmitir las ideas de nostalgia y optimismo antes mencionadas. Esto está íntimamente ligado al montaje y la fotografía, pero también se percibe en otros elementos: las transiciones de planos, ciertas angulaciones, las letrinas, el diseño de producción y los hechos mismos. No es errada la suposición de que “City Stars” es la versión moderna de “As time goes by” de “Casablanca”, probablemente la película más referenciada en esta obra, junto con “Rebelde sin causa”.
            También pueden percibirse incontables influencias del cine de los años 30, 40 y 50, no sólo de musicales. A mí me recordó la película “Las zapatillas rojas” (1948), de Emeric Pressburger y Michael Powell.
            Se puede decir que el filme falla en ciertos aspectos técnicos; el canto y las coreografías no están siempre a un excelente nivel, a veces la fotografía no es tan adecuada, a veces se puede notar cierta incomodidad en los actores, existe cierta irregularidad en el ritmo, etc. También se puede decir que artísticamente la película no logra todo lo que se propone. Pero debe reconocerse aquí un gran trabajo conjunto de todas las partes que conforman una obra cinematográfica, logrando casi siempre armonía y reluciente belleza, acompañando fielmente el transcurso de los hechos. Es una película muy disfrutable. Intensa, evocadora y, de vez en cuando, impactante.  
             No es la mejor del año, pero seguramente acabará llevándose varios premios Óscar. A la Academia le encanta este tipo de películas.    

Nota 9/12


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